La temporada 2025 de la Fórmula 1 quedará registrada como el año en que Lando Norris se convirtió en campeón del mundo. No por casualidad, no por un golpe de suerte, y mucho menos por un supuesto “regalo” de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA), como algunos intentan instalar en la narrativa posterior. Fue el año en que el piloto británico, tantas veces señalado, criticado y menospreciado, terminó por demostrar que las carreras se ganan en la pista y no en los foros de internet.
Los señalamientos y juicios nunca se han detenido
Durante meses, los medios de comunicación y los fanáticos más activos en redes sociales se dedicaron a subrayar cualquier detalle negativo de Norris. Cada error, cada mala clasificación, cada maniobra discutible era amplificada como prueba irrefutable de que jamás sería campeón. Se llegó al extremo de cuestionar su talento, de reducirlo a un piloto “correcto” pero incapaz de dar el salto definitivo. La etiqueta de eterno aspirante parecía acompañarlo como un tatuaje impuesto por la opinión pública.
Sin embargo, la temporada 2025 fue distinta. Norris no solo compitió, sino que dominó. Superó a su compañero de equipo Oscar Piastri, Max Verstappen, y a cada rival que se le cruzó en el camino. Lo hizo con consistencia, con estrategia y con resultados que, por más que se intente minimizar, están escritos en las estadísticas oficiales. Y aun así, el discurso de sus detractores no cambió: ahora, con el título en sus manos, se afirma que la FIA le “regaló” el campeonato, que su triunfo es circunstancial, que no pasará a la historia. Una campaña que parece más un ejercicio de negación que un análisis deportivo.
Cualquier excusa es bueno contra Lando
El sarcasmo se impone al revisar estas críticas. Durante todo un año se repitió que Norris nunca sería campeón. Ahora que lo es, la narrativa se ajusta: “sí, ganó, pero no cuenta”. Como si la Fórmula 1 fuera un concurso de popularidad y no un deporte donde gana el mejor. Como si los puntos acumulados, las victorias en pista y la capacidad de superar a rivales directos fueran irrelevantes frente a la opinión de quienes prefieren el ruido de las redes sociales.
La realidad es que el deporte no funciona bajo esas reglas. La Fórmula 1, como cualquier disciplina competitiva, premia al que suma más, al que resiste más, al que se impone en el momento decisivo. Norris lo hizo. Y lo hizo siendo fiel a su estilo, sin cambiar para agradar a quienes lo cuestionaban. El resultado es un campeonato mundial que, guste o no, obliga a los críticos a convivir durante un año entero con el campeón que menospreciaron.
El repunte de Verstappen, las supuestas conspiraciones arbitrales, las comparaciones con otros campeones, todo se utiliza como argumento para restar mérito. Pero los números son claros: Norris cerró la temporada con más puntos que cualquiera, con actuaciones que marcaron diferencia y con una regularidad que sus rivales no pudieron igualar. No hay campaña mediática que borre eso.
Deben sufrirlo un año
El deporte, además, tiene una característica que incomoda a los detractores: siempre ofrece revanchas. Habrá nuevas temporadas, nuevas oportunidades para que otros pilotos intenten recuperar protagonismo. Pero en 2025, la historia quedó escrita.
Y durante todo un año, quienes insistieron en que Norris nunca sería campeón tendrán que soportar la evidencia de lo contrario. Tendrán que convivir con el hecho de que el piloto británico les cerró la boca en la pista, con resultados, con victorias y con un título mundial.
La lección es clara. En el deporte no gana el más popular, ni el más comentado en redes, ni el que acumula más titulares. Gana el mejor. Y en 2025, el mejor fue Lando Norris. Lo demás es ruido, es negación, es incapacidad de aceptar que el piloto que se menospreció terminó siendo el campeón. Una lección de vida que trasciende la Fórmula 1: se puede cuestionar, se puede dudar, se puede criticar, pero al final, los hechos son los que mandan. Y los hechos dicen que Norris es campeón del mundo.
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