La filosofía de Barcelona es bien vista por muchos pero acogida como modelo por pocos y uno de ellos es Quique Setién, anunciado como nuevo entrenador del equipo tras la destitución de Ernesto Valverde. La Supercopa de España fue la gota que derramó el vaso.

Poco a poco se hizo un nombre como técnico en el fútbol español y si bien tuvo unos pasos previos en su carrera fue en Las Palmas que se dio a conocer y, luego, en el Betis se mostró como un exponente de la escuela de Johan Cruyff a pesar de las limitaciones propias de las plantillas que tuvo a mano.

«Es obvio que soy un admirador del fútbol que practica el Barcelona. Siempre me gustó. Es algo que yo sentía desde que jugaba como profesional. El Barça me abrió los ojos: al fútbol se juega sin prisas», llegó a decir Setién en alguna oportunidad.

Momento inoportuno

Ahora tiene la oportunidad de su vida, firmado hasta 2022, con el equipo en octavos de final de Champions League y como puntero de La Liga. El escenario, en el papel, luce como inmejorable pero realmente no lo es.

Los blaugranas atraviesan una clara crisis de identidad, el sello que traen en su ADN aparece en chispazos, los mismos que tiene su prestigiosa delantera para resolver partidos en los que parecen olvidar sus preocupaciones. Pero en un abrir y cerrar de ojos vuelven a la realidad.

Pasó en Roma, en Anfield, ante Valencia y Arabia Saudita. Algo falla en el momento crucial y Setién, ese entrenador que se topa con lo que soñó debe dar con una tecla que tiene un buen rato sin tocarse.

Para Barcelona parece la decisión sensata, ante las complicaciones del mercado de entrenadores, pero los tiempos no están tan de su lado. Hay urgencias, necesidades y un camino por construir en medio de uno que ya comenzó a andar. El reto de Quique Setién es tan idílico como peligroso.

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Medio Deportivo

HSM Staff

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