Cada vez que LeBron James es agente libre, el mundo NBA se ve obligado a detenerse. Ante una nueva elección de futuro del mejor jugador de la última década, el aficionado conjetura y los general managers suspiran planteando fantásticos -e hipotéticos- escenarios en su cabeza. Si en su primer cambio de aires The King hizo uso de una más que olvidable elección para mudarse a Miami y su esperado regreso a Cleveland cuatro años después le sumió en un constante baño de masas, la situación en 2018, una vez evidente el agotamiento de su segunda aventura en Ohio y cumplida su promesa de traer el primer anillo de su historia a la franquicia, ha sido bien distinta.
No tardó demasiado LeBron en dar a conocer su destino. Esquivando el interés de equipos como Houston o Philadelphia, apenas entrado el mes de julio el alero anunció que se decidía por la ciudad de Los Ángeles para albergar sus, quizás, últimos años como profesional. Unir a James con los Lakers, la franquicia más glamurosa de la liga, levantó una expectación inmensa. Además, el escenario era muy distinto a los anteriores: si en Miami convenció a Bosh para jugar junto a él y en su vuelta a Cleveland atrajo a Kevin Love, este año no ha captado a ninguna estrella; en cambio, se ha rodeado de veteranos y de los jóvenes que ya estaban en el equipo. Cambia la forma, pero el fondo se mantiene: después de todos estos años, LeBron sigue siendo el jugador más capaz de alterar no solo la dinámica de una franquicia, sino de toda la competición.
LeBron James firma por 4 años a razón de 154 millones de dólares, con un último curso con opción de jugador. Su decisión cambia la NBA, que se altera más que nunca hacia la Conferencia Oeste. Ahora los Lakers buscarán nuevos jugadores con el que acompañar al de Akron. Ya no habrá Cavs-Warriors. El Este está más débil que nunca, y el Oeste cuenta con al menos 3 equipos candidatos al anillo.
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