Si buscamos un papel de un hombre sencillo que con pequeños actos salva al mundo, Tom Hanks es el actor indicado. No es un súperhéroe mitológico, de fuerza descomunal y voz vibrante. Es un tipo común que cumple con su trabajo para lograr hechos extraordinarios.
Javier Mascherano bien pudo haber protagonizado Forrest Gump o Salvando al soldado Ryan, por nombrar dos de las películas más reconocidas de Hanks. No es un mago con la pelota como Leo Messi o Andrés Iniesta, o un imán para los reflectores como Gerard Piqué, tres de sus compañeros en el Barcelona. Es el jefe de obreros que cumple, desde lo básico de sus habilidades, con lo que el equipo necesita.
El argentino cerró su ciclo con el Barcelona para recalar en el Hebei Fortune chino. Terminó su paso de ocho años aplaudido por su gente en el Camp Nou, caminando al lado de su familia, en un pasillo formado por futbolistas que siempre le admiraron, respetaron y quisieron.
Llegó desde el Liverpool con fama de jugador guerrero, y dejó más sabiduría y serenidad que golpes. De él nunca se escuchó una declaración altisonante, una queja o una crítica. Solo apeló al trabajo. Nada más. La esencia del capitán John H. Miller, maestro de escuela en Pennsylvania y entrenador de béisbol en la primavera, protagonista de Salvando al soldado Ryan: «Todos tenemos una misión que cumplir y eso está por encima de todo, incluso por delante de nuestras madres». Hanks en estado puro.
Hoy el Hebei Fortune chino lo tiene entre sus filas. El balompié de la gigantesca nación asiática viene de sufrir una decepción con Carlos Tévez: el ex delantero del Shanghai Shensua se fue un año después de su llegada, con poco sacrificio derramado en sus canchas y varios millones embolsados. Al regresar al Boca Juniors de sus amores, Carlitos declaró: «Estuve un año de vacaciones».
Si Mascherano se mantiene fiel a sus principios, estará un año, cuidado si algún tiempo más, luchando y dejando el alma en cada estadio en el que juegue Hebei. Enseñando. Dando el ejemplo. Como lo hizo en el Barça.