Antes que el mundo se dividiera entre Messi y Cristiano, existió un rey. Era brasileño: lo había ganado todo. El Mundial de 2002, con una selección amazónica que se reivindicó de la catástrofe en Francia 1998, plagada de estrellas; la Liga de Campeones de 2007 con el AC Milan, alcanzando la cúspide continental, erigiéndose en el motor de juego. Italia, Europa, el planeta estuvo a sus pies. Pero él no pensaba en reinar, nunca fue su intención, aunque estuviera sobre el trono. Se cansó de hacerlo.
Era Kaká.
“En determinado momento de mi vida y de mi carrera, yo gané todo lo que podía en lo colectivo y en lo individual”, confesó en una entrevista. “Cuando empiezas a tener muchos éxitos, cada situación similar se convierte en algo normal y te acostumbras a jugar con el estadio lleno. El día que el estadio no está lleno, ya no tienes la misma motivación”.
Al irse del Milan en la campaña 2008-09, salió de su zona de confort, el lugar donde lo había ganado todo, donde era el niño mimado. Recaló en el Real Madrid por 65 millones de euros. Las lesiones no lo dejaron triunfar. La curva de bajada comenzaba apenas.
“No fue lo que esperaba”, indicó el brasileño sobre su etapa merengue.
Emergió con Sao Paulo, brilló con el Milan, sufrió en el Real Madrid, regresando al Milan para decirle adiós al club que le añoró –y hoy, con un presente crítico, le añora aún más-. En el Orlando City norteamericano dejó destellos de su fútbol de clase, de toque, de mucha técnica, siempre con la sencillez que le caracterizó.
“Muy consciente, llegué a la conclusión de que es el momento de terminar mi carrera como jugador profesional”. Solo 35 años tiene Ricardo Izecson dos Santos Leite, Kaká, el último “humano” que ganó el Balón de Oro.
En 2007, sin saber que el fútbol se dividiría entre los dos muchachos que le escoltaban en el podio, Kaká levantaba el premio otorgado por la revista France Football. También conquistó el Fifa World Player, de nuevo delante de Messi y Cristiano.
Luego, los dos devorarían todos los premios que le pasaron por el frente, mientras Kaká se dedicaba a luchar contra sus lesiones y a apoyarse en Jesús.
Nunca dejó de apuntar al cielo para agradecer cada día.