Treinta años después, la muerte vuelve a acariciar a Paolo Guerrero. El delantero era un niño en 1987 cuando recibió la noticia del fallecimiento de su tío favorito, José Gonzales Ganoza «Caíco», en el accidente de avión que terminó con la vida de 43 personas, la mayoría perteneciente al club Alianza Lima.
Este viernes, Guerrero murió deportivamente. Luego de luchar como un león por la clasificación peruana al Rusia 2018, de anotar cinco goles en las eliminatorias más duras del planeta, de regresar a los suyos al Hanan Pacha -el cielo de la mitología incaica-, un positivo por un estimulante lo dejó fuera de la fiesta. Suspendido por un año, parece difícil que retorne con fuerza al balompié o, al menos, que vuelva a ir a un Mundial.
Las dos muertes de Paolo Guerrero llegaron un 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. La primera, la de su idolatrado tío, lo dejó marcado por siempre. El temor a los aviones, las pesadillas por no volver a ver a «Caíco», aquel que le inspiró amor por la selección, el que le llevó como mascota en los partidos importantes, el hermano de Doña Petronila. Las lágrimas en cada recuerdo, memoria corta que se agigantaba cuando veía las fotos de ambos, hoy son más amargas.
La segunda muerte del guerrero Paolo, la deportiva, sucedió en el momento de mayor gloria para el icono peruano. Su equipo volvía al Mundial por vez primera desde 1982, cuando el combinado en el que estaba «Caíco» pasó por España. El arquero no pudo ser titular, pero participó activamente en la última gloria inca.
Su sobrino, protagonista, se perderá la apoteosis por la que batalló contra dioses y héroes. Algo consumió -en un principio se habló de un antigripal, luego de un té de coca, finalmente el maldito estimulante- antes del partido contra Argentina en La Bombonera, el 0-0 de leyenda que los acercó a la clasificación.
Ese «algo» le arrebató la vida, la deportiva.
¿Podrá renacer, por tercera vez, Paolo Guerrero? Tiene el alma para hacerlo, pero no el tiempo. Con 33 años a cuesta, la frustración es grande para él y para Perú, como aquel 8 de diciembre en el que el Fokker F-27 se estrelló en el mar y se llevó a «Caíco» y a 42 héroes más.