Son las 19.40 en Londres y la historia da la enésima vuelta de tuerca. La raqueta de Rafael Nadal escupe un revés excesivamente largo y Roger Federer alza los brazos en dirección al cielo londinense, mientras su equipo da un brinco al unísono.
Su esposa, Mirka Vavrinec, le jalea y resopla, y David Beckham regala aplausos desde el Royal Box. Acaba de vencer el suizo (7-6, 1-6, 6-3 y 6-4, en 3h 02m) solo un mes después de que su adversario hubiera defendido ante él la fortaleza de París.
Sin embargo, La Catedral también tiene dueño. Tiene un golpe de seda envenenado y se llama Federer. Disputará el de Basilea su duodécima final en el All England Tennis & Croquet Club y aspirará este domingo (15.00) a su noveno cetro en el major británico, Novak Djokovic mediante.
Se reivindicó así Federer en su jardín, en un tramo absolutamente decisivo de su carrera porque la meta se divisa no muy lejos y las balas para seguir ampliando su casillero de Grand Slam van agotándose para uno y otro, y el serbio seguirá apretando por detrás.
Defendió su fortín e inclinó a Nadal en el vigesimocuarto cruce entre ambos (24-16 en el global, y 10-4 a favor del balear en los grandes escenarios), interrumpiendo el bonito trazado del número dos durante estas dos semanas.
Se fue Nadal triste, con la sensación de poder haber ofrecido ayer una resistencia mayor, pero a buen seguro que Londres le reserva buenos episodios venideros, porque ya domina el código verde.
Transcurrió todo el pulso a una intensidad emocional elevadísima. Quién diría que ambos, ya dos zorros viejos, no solo superan la treintena sino que además uno de ellos, el resabiado Federer, se encamina hacia el cambio de dígito.
Comienzo disputado
Impresionante lo de esas piernas. Sí, las de Nadal, por supuesto; no hay y no habido una locomotora similar en el circuito; y sí, también las del suizo, porque más allá de la técnica y del bailarín hay un tren inferior del que seguramente no se ha hablado todo lo debido.
Se enzarzaron los dos a las bravas desde el primer peloteo, aunque midiendo muy bien las distancias y el instante del golpe porque cualquier paso en falso podía ser determinante.
Después de una hora muy equilibrada, el primer derechazo lo soltó Federer, y eso que para entonces Nadal ya le había negado la primera opción de rotura y había cazado una bola imposible en el primer punto del tie-break, bombeándola y depositándola sobre la línea de fondo para abrir la puerta a los fantasmas que suelen rodear a su rival en ese tipo de situaciones.
Pero no se arrugó el de Basilea, muy templado toda la tarde, desprendiendo fuego con el drive y bien apoyado por un revés que esta vez sufrió menos en la transición defensiva. Resistió al acecho constante del mallorquín, que llegó a dominar ese desempate (3-2), y contragolpeó como solo él, maestro del abordaje, puede hacerlo.
Entonces desbarató la hipótesis que todos temen: verse de primeras por debajo ante el Nadal que maneja como ninguno la distancia larga de los cinco sets. Es decir, habría batalla y de la dura, como lo pretendía la grada.
Pocas sensaciones similares habrá en el deporte a la del silencio que se mastica en La Catedral, donde existe predilección por el rey de la hierba pese a que también se le tenga mucho aprecio al balear. Se adjudicó la primera manga Federer (al arte del bote-pronto) y en Wimbledon hubo un temblorcillo de tierra que precedió a la estupenda reacción de Nadal, el hombre que lo puede con todo y que de tantísimas circunstancias adversas ha escapado.
Reacción del balear
Afinó el revés, aprovechó el paso atrás del adversario y se adentró en la pista a bocados. Federer había dispuesto de una doble opción de break en el tercer juego, pero apagado el fuego encontró una autopista y el partido entró en la dinámica de Newton: acción-reacción.
Fue entonces Nadal el que dio un par de sopapos para dejar al de Basilea aparentemente aturdido, porque fue solo una falsa ilusión. Se levantó Federer, vaya que si se levantó. Y de un tirón a otro.
Extraordinaria la respuesta del campeón de 20 grandes, que lejos de encogerse y dejarse llevar por esos viejos diablillos que aparecen cada vez que Nadal está al otro lado de la red se agrandó. El gran dandy tiene humildad, también sabe remar.
Exigía la situación de pausa, de ahorrarse durante unos instantes el vértigo y de pasar la bola con un punto menos de riesgo, y lo aplicó para desnivelar otra vez.
Estuvo ahí uno de los giros críticos de la tarde, adornada con el placentero sol veraniego de Londres y una temperatura agradable. Todo es poco para una cita de esta magnitud. Quebró Federer para 3-1 y a continuación sorteó el muro, porque evitó el empellón inmediato que planteaba Nadal, cercándole con dos pelotas para igualar el set.
Pero sorteó la línea roja el suizo y a partir de ahí cogió definitivamente el timón. Pocas veces se le había visto a Fededer tan entero, lineal y decidido en un clásico, emprendiendo la captura de la victoria con tanta determinación, sin el más mínimo tembleque.
Anímicamente, salir de ese apuro le reforzó tanto que ya no había vuelta atrás, ni siquiera para el Nadal de las siete vidas.
Tiene una espina clavada el de Manacor con Wimbledon, en tanto que se le han esfumado tres magníficas oportunidades en los tres últimos años, y se revolvió con la bravura que le caracteriza.
Entregó el servicio en la recta definitiva y se le puso todo en contra, pero no agachó la cabeza en ningún instante. En el territorio en el que otros se hubieran rendido a las primeras de cambio, él dibujó un revés cruzado y una derecha invertida que dilató lo irremediable. Al quinto intento lo apuntilló Federer. Grandeza la del español.
Se inclinó con honores ante el Señor de la Hierba, que a sus casi 38 años vuelve a estar a un paso de elevar otro grande. Sencillamente, increíble.
Larga vida para los dos.
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